¿Qué ha cambiado?
        Te arrimo en mi melancolía con pedales al umbral de tus íntimas nostalgias y veo distanciarse, mientras te alejas, a nuestras hipócritas soledades que ensayan en esta despedida el último adiós
        De polvo el corazón cuando proyecto nuestro futuro, reconstruyendo el pasado testigo del porvenir, desilachando la memoria -ese hado de ayer-; contando los poros abiertos del deseo, las heridas infinitas del desencanto, los besos que la rutina desprecia, los abrazos que laten, la obsecuencia de la costumbre.
        Tambien edifico tus proximos presentes, donde no estoy / no estamos, donde estas vos antes de mí, con tu mirada vitral del dolor, entre miserias con cama adentro y tus aflicciones tras un muro o dos.
        Casi en una revancha de celos, me pienso entregado a la primera lujuria de tacones, aunque descarte, en mis libres ratos de frivolidad, ser yo antes de vos. También, prometo no recordar, durante la resurrección del placer efímero (quien dice que no donde fuimos desnudo y uno), no recordar cuando eramos nosotros.
        Y de nuevo en mi sola desolación transitoria, sin Dios siquiera (para misericordia alcanza una cuenta que redima la contrición), entonces me duermo a ciertas, con nuestro mañana incierto, y a tientas entre sueños interrogo a la noche que es techo: ¿qué ha cambiado?.
        De polvo el corazón cuando proyecto nuestro futuro, reconstruyendo el pasado testigo del porvenir, desilachando la memoria -ese hado de ayer-; contando los poros abiertos del deseo, las heridas infinitas del desencanto, los besos que la rutina desprecia, los abrazos que laten, la obsecuencia de la costumbre.
        Tambien edifico tus proximos presentes, donde no estoy / no estamos, donde estas vos antes de mí, con tu mirada vitral del dolor, entre miserias con cama adentro y tus aflicciones tras un muro o dos.
        Casi en una revancha de celos, me pienso entregado a la primera lujuria de tacones, aunque descarte, en mis libres ratos de frivolidad, ser yo antes de vos. También, prometo no recordar, durante la resurrección del placer efímero (quien dice que no donde fuimos desnudo y uno), no recordar cuando eramos nosotros.
        Y de nuevo en mi sola desolación transitoria, sin Dios siquiera (para misericordia alcanza una cuenta que redima la contrición), entonces me duermo a ciertas, con nuestro mañana incierto, y a tientas entre sueños interrogo a la noche que es techo: ¿qué ha cambiado?.
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