miércoles, enero 07, 2004

Monos porteros

        ¡Qué lástima me dan algunas personas (y no sólo a mí, así que:¡qué lástima dan algunas personas!)!. En realidad, debería decir cierta gente pero sería un pagaré a gestualizar con los ojos y la moral como una chusma de barrio; también les cabería esa gente aún con el riesgo de sectarizarlos indebidamente. Ojo que nunca dije compasión ¡ah, no! Qué canalla sería de mi lado usar un sustantivo tan cierto, tan fuerte como lo es la pasión para formar un verbo a medida de semejantes innanes. Es que hay verbos, adjetivos, sustantivos, bellóticos -no bellacos- que no nacieron con el destino cruzado y sin embargo posan ambivalentes para el análisis: porque brillante, profundidad, amar, talento, abrazo, poema, pensante, confiar, esfuerzo, puro, reconocer, nunca serían, si en ellos quedase la opción, conejillos de indias de los brutos que los ignoran y que entonces se toman revancha con el desprecio, el olvido o la indiferencia.
        Hay que decir (y por eso lo digo) cúando aparece el problema; o mejor dicho, cúando se agranda. El conflicto no es de ortografia, para algo se inventó el plural además de para hacer famosas a las eses. El encono aparece en el momento preciso en que almas tan pobres y a la vez tan pequeñas se encuentran (¿destino?) y forman un círculo, obviamente minúsculo por más que sean muchos, caracterizado por barreras metafísicas, alambradas inexistenes, pero...a ver quien se atreve; una atmosfera de aire impuro, similar a una mala pisada de buena suerte, que con un poco de esfuerzo hasta puede olerse.
        Considero incorrecto ahora catalogarlos como círculo, si hay un hábitat que contextualiza mejor la metáfora. Y si digo hábitat, no se ofendan perros, aves, peces, no era mi intención confundir su jauría, su bandada, su cardumen, con el consorcio del genterío de soluciones fáciles, amparados de la lluvia de la imbecilidad bajo el toldo de la funcionalidad que moja a tantos intelecutales y buenos hombres, aunque una cosa no sea consecuencia de otra.
        Hay un psicólogo que lo explica, pero voy a informar de oido y sin fuentes: no merece el castigo, pobre tipo, de ser tuteado con esos por haber pecado de servicial con los que tienen espíritu de portero. Bien comentaba el francés (y si no es francés, será europeo, que siempre tiene mas embergadura para el desconfiado de las capacidades en America Latina) que los tristes muchachos que están felices entre ellos tienen un yo importante; yo agrego divino o piloto pues siempre andan por las nubes, disertando sobre fútbol, politica o mediocridad, con una franela en la mano.
        Otro escollo a superar surge cuando los egolatras de las masas enfatizan sus hipótesis lejos de bares o populares y se vuelven doctores, abogados, periodistas: la trampa está en que ahora el mono se vistió de seda y además aprendió a pelar la banana. Entonces no le vengamos con carozos ni minucias ni con amores ni sueños ni penas porque llamarán al bueno de Marx para explicarnos si están caras las naranjas o embarraran a Engels hasta las rodillas con tal de justificar las diferencias sociales y la debida posición de la Iglesia.
        Para terminar, pido perdón, yo, a un torrente de agua del Iguazú -gotas furiosas jugando a ser cortina de precipicio, refrescando con su saliva a la vegetación que suda-, al atardecer de la costa de Buenos Aires -collage pintado en rojo, color esfumado con goma, viento dibujado con fino lápiz azul-; pido perdón, yo, al caminar de una mujer -que es como que venga un tren cargado de hormonas y deseos, atropellando rutinas, pisando rieles de sábanas desechas-; pido perdón, yo, por haber gastado tanta epidermis de metacarpio, tanto neurotrasmisor de la cecera, tanto palpito de bobo innecesario, tanto tiempo útil para ósculos, Cortazar o Diego, en cierta, esa, alguna gente, que, como toda importancia y dejándolos enteramente satisfechos, digo que me dan lástima.