domingo, enero 11, 2004

Soñé tres sueños anoche

        Soñé tres sueños anoche. En realidad sólo uno de ellos fue en sueño, los otros fueron un deja vú o un recuerdo y un pensamiento dentro de otro.
        En el primero, quizás el último en ser soñado, yo estaba en algún lugar -esas locaciones vaporosas de los sueños- tratando de escribir una poesía acerca de algo que no me acuerdo, aunque creo que no pensaba siquiera sobre el tema, estaba implícito. Lo que sí sé es que intentaba una lira y tenía problemas para encajar versos de once; los de siete se escribían solos. Y pensaba y buscaba ayuda en canciones de Sabina, en poemas de Conrado Nalé Roxo que la noche anterior había leído por azar antes de acostarme, incluso mi memoria visual me traía la imagen de un panfleto que uso como borrador de viaje y donde anoto palabras para mí desconocidas y algunas estrofas incipientes y sueltas. Y cada vez que pensaba una palabra de dos, tres o cuatro sílabas, cualquiera de ellas, todas, podían ser modificadas por otra que incluyera la b larga, la b larga no sé por qué. No hacía yo (en el sueño) un ejercicio intencional para encontrar aquel reemplazo asombroso donde cualquier palabra era otra con diligencia y simpleza, siempre con una b larga: codo, cobo; colado por bolado; canal en cabal; acordar, abordar; y creo que acusado con abusado también. Recuerdo además que sustituía palabras mucho más complejas y con facilidad, tarea que ahora entorpece continuar el relato sin demorarme y que, por otra parte, confecciono en una hoja repleta de sustantivos, verbos y tachones de letras que se agrupan o desordenan según mi ánimo.
        La figura de la b larga, el símbolo en imprenta minúscula, sobrevolaba todo el cuadro, paseándose por el techo sin color -que podría ser incluso piso o paredes debido a lo vago del escenario- en una cantidad finita de veces pero que era imposible contar sin que al mirar un puñado de ellas no supiera yo otras palabras donde usarlas (profeta, probeta; lacrar, labrar). El número, no obstante, se ubicaba entre cuarenta y doscientos, puedo estimar.
        Bien corto es el relato del segundo donde alguien intentaba entrar al baño mientras yo hacía lo mío de parado y mantenía la puerta trabada con el talón de pie. Lo único que puedo agregar es que lo traje a la vida cuando me sucedió algo parecido en un baño público. La extraña sensación que ahora tengo es que mezclo partes de la realidad con la del sueño y no sé bien en cual de los dos momentos sucedió todo como lo cuento o si en los dos o en ninguno. Estoy ensayando paralelamente sobre la diferencia sustancial entre sueño y recuerdo y es que aquél no lo podemos dominar. Sobre (típicos) tipos de sueños prefiero leer antes que escribir y soñar antes que recordar.
        Tengo el último en veremos porque viene con ínfulas de querer convertirse en cuento por sí solito. Siempre hay ideas egocéntricas y siempre son propias y malas. Si lo narro no es por otro motivo que para descruzarlo de mi cabeza y no crea el sueño que puede quedarse vitalicio como si fuera importante. Así ya tengo un cuento sobre un señor y no envejece porque no lo escribo; dos privilegiados es exageración.
        Entonces creo haber soñado mi pieza y a mí despertándome de un sueño en el que despertaba de un sueño, uno de una avispa dentro de un viejo frasco de galletitas (vidrio grueso, tapa a rosca de plástico) que yo miraba desde afuera aunque me sentía desesperado y acariciado en la espalda por el insecto que luego se convertía en una mariposa espantosa y moría a los pocos segundos quizás porque siempre creí o alguien me informó mal acerca de que las mariposas viven sólo un día (¿o ese fue otro sueño?), y me incorporaba agitado por completo y veía en penumbras el techo de mi cuarto, lleno de hormigas negras que lo teñían de una mayor oscuridad que la de la noche. Cuando prendía la luz, todas desaparecían, pero volvían cuando la apagaba como si fueran hijas de la sombra ("como muchos hombres", pensé tras la primera corrección y lo anoté para un poema). No ejercitaba con el encendido y apagado de la lámpara, que prendía de un amarillo rojizo el cuarto y despues lo atestaba del negro de las hormigas, para no abusar o porque siempre me despierto cuando hay luz. Cuando desperté prendí la lámpara que tengo al lado de la mesita de luz porque me parecía que el techo estaba lleno de hormigas negras, números ochos (tal vez me engañaba el ángulo y eran símbolos de infinito) o muchas b largas, aunque seguro no avispas-mariposas.
        Al fin me levanté, todavía con una lagaña que pedía tiempo, prendí la luz y fui al baño y trabé la puerta con el talón para que no entrara nadie y provocara un fútil bochorno. Sentía la nostalgia de no hacer algo por primera vez y me sabía tramposo porque algo de todo esto ya lo había vivido o todavía lo estaba soñando.