Debe existir algo así como un Dios
        La naturaleza nos aborda mansamente, con un granado, dos piernas y aquel niño que corre; pero a su vez, sin hesitar nos excede y se extiende tan vasta que no damos abasto en comprender su cielo, su ayer y sus únicos irrepetibles, la doble llave del desierto, la ventana del mar, la buhardilla del sentimiento.
        Debe existir, entonces, algo así como un Dios, antropomorfo o con el gusto de la savia, con la mirada del rencor o en la multitud de la noche, con la nariz de las montañas.
        Debe existir, por mucho que resonguemos, para evitar -olvido mediante- que crucemos el puente de algodón de la cordura, ese panadero flotando entre las mil voces de una orquesta, y que lo que tan tibiamente nos aborde no sea la historia, hija pródiga, que vuelve de la memoria llena de nada a desbordarnos.
        Debe existir, entonces, algo así como un Dios, antropomorfo o con el gusto de la savia, con la mirada del rencor o en la multitud de la noche, con la nariz de las montañas.
        Debe existir, por mucho que resonguemos, para evitar -olvido mediante- que crucemos el puente de algodón de la cordura, ese panadero flotando entre las mil voces de una orquesta, y que lo que tan tibiamente nos aborde no sea la historia, hija pródiga, que vuelve de la memoria llena de nada a desbordarnos.
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