Sonrisa para la nada
        Hoy me desperté con el derecho de sonreirle a la nada. En las primicias de otro día, no son la neblina de un otoño acodado, el pavimento lustrado por el rocío o la pastilla permitida por la ley y los psiquiatras razones como para no andar mostrandole los dientes y los hoyuelos a la mañana que ayer me levantó con sol, aunque, lo sabemos, también con nubes tan grises que deshilachaban mi cielo, no aquel que está tan lejos pero siempre está, sino este próximo que también está aunque a veces juegue a la escondida -breve en vigilia matinal, consecuente cuando los recuerdos se cuelan por entre las rendijas de la persiana que bajamos al subir la luna.
        La de hoy era una sonrisa auténtica, fatal, o sea que no se evita; la de hoy era una sonrisa auténtica, inesperada como una antigua novia que regresa olvidando nuestros ladridos, nuestros reniegos, olvidando nuestros olvidos (y tal vez por eso una antigua novia regresa); como una carta del viejo amigo que vuelve recordando al menos su tierra y mis brazos, nuestros recuerdos (y tal vez por eso el viejo amigo regresa). Una sonrisa tan auténtica, extrañamente verdadera que sospeché que la noche anterior le perteneció a otro, quizás a la militar conciencia que doctrina reclusión y si señor carrera march cuando descansamos de las culpas cuerpo a tierra carajo que cupido dispara.
        Claro, habrán ya adivinado que mi sonrisa tan auténtica, distinta a esas de espejo que usamos por la vida, por las calles en las que todos andamos jugando al abogado, al cadete, al bancario, al deportista, al buen hijo, calles bendecidas de resolana, fue una sonrisa protegida por la militar vocecita, auditada por las antiguas novias que no regresaran, los viejos amigos, y por supuesto, comonó, monitoreada como cuenta de alegrías en rojo. Y se fue apagando de a poco, entonces dejó de parecer tan auténtica -e incluso tan- y volvió a ser sólo un gesto de oficina, un si todo bien gracia´ dió, una fiesta de ignorancia, festejo con musica y alcohol -que siempre es mas cómodo que preguntarse por qué el cielo éste siempre está gris y nublado.
        Decía que habran ya notado que mi sonrisa tan auténtica volvió a enfrentarse con su reflejo y se vio falsa, sin embargo brillosa, empilchada para alguna otra ocasión, dorada, mentirosa, llamativa como billouterie de fantasia, como lugar público para los malandras de fajina, y revisó la realidad: la neblina de un otoño acodado se convirtió en mal augurio tempranero; el pavimento lustrado por el rocío, resaca de dios triste tras otro dia de penas; la pastilla permitida por la ley y los psiquiatras, una ayuda ilegal e ilegitima para poder seguir siendo abogado, cadete, banquero, deportista, buen hijo.
        Y vi por ende que mi sonrisa tan autentica era apenas una melancolia empeñada de otros dias que cambié para vivir hoy con el derecho de sonreirle a la nada.
        La de hoy era una sonrisa auténtica, fatal, o sea que no se evita; la de hoy era una sonrisa auténtica, inesperada como una antigua novia que regresa olvidando nuestros ladridos, nuestros reniegos, olvidando nuestros olvidos (y tal vez por eso una antigua novia regresa); como una carta del viejo amigo que vuelve recordando al menos su tierra y mis brazos, nuestros recuerdos (y tal vez por eso el viejo amigo regresa). Una sonrisa tan auténtica, extrañamente verdadera que sospeché que la noche anterior le perteneció a otro, quizás a la militar conciencia que doctrina reclusión y si señor carrera march cuando descansamos de las culpas cuerpo a tierra carajo que cupido dispara.
        Claro, habrán ya adivinado que mi sonrisa tan auténtica, distinta a esas de espejo que usamos por la vida, por las calles en las que todos andamos jugando al abogado, al cadete, al bancario, al deportista, al buen hijo, calles bendecidas de resolana, fue una sonrisa protegida por la militar vocecita, auditada por las antiguas novias que no regresaran, los viejos amigos, y por supuesto, comonó, monitoreada como cuenta de alegrías en rojo. Y se fue apagando de a poco, entonces dejó de parecer tan auténtica -e incluso tan- y volvió a ser sólo un gesto de oficina, un si todo bien gracia´ dió, una fiesta de ignorancia, festejo con musica y alcohol -que siempre es mas cómodo que preguntarse por qué el cielo éste siempre está gris y nublado.
        Decía que habran ya notado que mi sonrisa tan auténtica volvió a enfrentarse con su reflejo y se vio falsa, sin embargo brillosa, empilchada para alguna otra ocasión, dorada, mentirosa, llamativa como billouterie de fantasia, como lugar público para los malandras de fajina, y revisó la realidad: la neblina de un otoño acodado se convirtió en mal augurio tempranero; el pavimento lustrado por el rocío, resaca de dios triste tras otro dia de penas; la pastilla permitida por la ley y los psiquiatras, una ayuda ilegal e ilegitima para poder seguir siendo abogado, cadete, banquero, deportista, buen hijo.
        Y vi por ende que mi sonrisa tan autentica era apenas una melancolia empeñada de otros dias que cambié para vivir hoy con el derecho de sonreirle a la nada.
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