martes, marzo 02, 2004

Cama

        Cama. Todo las mañanas cama. Todas las madrugadas ayer, y desayuno sola, acordarse de ponerle diez de súper y Nico dale que se hace tarde, ya es tarde. La cama siempre blanca, con el gordo al menos de vez en cuando, pero hijo de puta, todos los días cuidándole a su hijo mientras él... Toda blanca, densamente blanca, de noche, cuando la valentía es un refugio y el blanco imparte una sensación de vigilancia, de conciencia. Albo absceso de luz por las penumbras del sentimiento. Cama. Otra mañana de cama y el blanco que ahora es sólo blanco, el gordo un hijo de puta y el antifaz de la bonanza luce su feliz ornamento. Es tarde.
        Nos vamos Nicolás, dale. No, no puede venir a casa a dormir, no hay camas, acordate de que ya se la llevó tu papá de la cochera. Mañana te viene a buscar él, hoy es jueves. Guardá la pelota, dale. Dale. Dale Nicolás, dale, no la hagas enojar a mamá que ayer no pudo dormir bien y está muy cansada.
        Nicolás picaba la pelota contra la vereda, con el ruido irritante como el tic tac de un despertador -ese que todos los días la arrancaba del silencio habitable, abría la puerta de su oscuro cuarto llenándolo de una luz aciaga para que el gordo se esfumara, sin dejar de convertirse antes en el primer y mejor novio y ella de día en esa cama que ayer era tan insoportablemente blanca que también era una puerta del pasado, pero hoy era blanca sin una mancha, todo en hora, todo cartera y sandalias camel con pescadores blancos y poco maquillaje-, cuando el destino hizo que la bola naranja chocara con la arista del cordón y huyera hacia Av. Córdoba. Nico ofició de celador incauto y fue a buscarla, con la prisa de sus piernas cortitas y rellenas, con toda su prisa de niño. Se perdió detrás de un Polo Azul que le gruñó al asfalto. Tristeza, desgarro.
        Nico, Nico, me muero, me muero.
        La pelota rodó y se dejó ver sin Nicolás y ella soltó la cartera camel, al piso. Silencio negro, inhospito.
        ¡Ay gordo, me muero! Centenas de horas caben en un instante, sólo fueron segundos. Me muero.
        Después apareció Nicolás y ella corrió, gritando Nico Nico Nico. Estallido. Nico, Nico, me muero, me muero. Ay hijo mio, me muero. Silencio blanco, escena inmóvil, actores que no ingresan, que olvidaron su bolo, desconcertado el presente. Ruido de bocinas, un Fiat Spazio acelera de más y confunde su música bodria. Nicolás señala su pelota y muere, al verla descender a saltitos y morir detrás del tránsito.
        Otra mañana, ayer. ¡Nicolás!
        La puta que te parió, qué te dije de la pelotita de mierda cuando se va a la calle, no ves que casi te pisa un auto, qué iba a hacer tu mamá si te morías, eh. Me vestía de luto y me queba llorando, postrada en una cama, como quería tu padre cuando nos separamos, eh. Se iba a quedar sola tu mamá y no te importó, ¿no?; a vos sólo te importa la pelotita de mierda, ¿no?. Dale, vamos, subí al auto, ahora, dale, dale. Ya llegamos tarde, es tarde, vamos. Escuchame lo que te digo, eh, escuchame, hoy, vos, te vas a hacer tu cama.