El misterio del auto celeste
        El texto que sigue, si bien absolutamente motivado por razones ajenas a mi propia creación -especifiquemos: una consigna de un hosco taller de escritura-, bien vale como un post. Lo triste, lo real es que el valor lo otorguen el resto de los valores de este blog. Màs cruel aun, que valga todavìa más por no haber salido de mi pequeño mundo de ideas aparentemente inmotivadas y originales. No importa, habrá quien sepa tomarlo como de quien viene y quién realmente se engañe y lo disfrute.
        De las dos historias que le fueron mencionadas al Chiquito y que posteriormente comentó en un encuentro que mantuvimos junto a Silvia, cuando nos encontramos en la esquina de Lavalle y Junín la semana siguiente al entierro, tomé como cierta la que le refirió Ramón Siffoni. Varias causas condujeron a que tomara tal decisión. La primera: una amistad pasada con Ramón, en épocas de colegio secundario, que me permite atestiguar a favor de su falta de mal intención y, sobre todo, de ingenio. La segunda: su ubicación privilegiada en la hilera de la comitiva. No es menor un breve repaso de ese ordenamiento:
        Existe un tercer motivo que se subordina enteramente a mi racionalización de todo el contexto, a mi entendimiento.
        La historia que Ramón le contó al Chiquito no vale más que en oposición al otro relato. En resumen, Ramón Siffoni dijo que detrás suyo sí iba un auto celeste y que éste lo seguía a la misma velocidad (y aparentemente con el mismo fin) que él a la carcaza Chrysler de Zaralegui, quién respetaba la marcha del Chiquito y su gran camión con acoplado; sobre el auto celeste nada agregó, tan sólo se limitó a negar la otra historia que también le contó al Chiquito -supe durante la charla en el café de Lavalle al 1700 que Ramón entremezcló muy seguido ambas historias y que sólo se refería a la suya para negar y denostar, no tibiamente, el relato paralelo; Chiquito tuvo la gracia de explicarnos a Silvia y a mí ambas historias por separado. Silvia, extrañamente compungida -sospecho que todavía shockeada por aquel accidente en mi despedida de soltero que pospuso nuestro casamiento-, se permitió dudar (tal vez como recurso emocional último) de la realidad y aceptó a medias la historia ilusoria e irrisoria del auto celeste. Que no haya estado presente en el entierro -cosa que consideré acertada dada su fragilidad- le permitió dejarse llevar por el énfasis con que Chiquito le relató ambas situaciones. Miento si digo que me sorprendió que el Chiquito demostrara que él creía, con más fe que evidencias, en la otra historia sobre el auto celeste en la tarde del entierro.
        Respecto a qué pasó ese día, puedo recordar que cuando vi acercarse la comitiva por la calle lateral externa que da a la puerta trasera del pabellón crematorio -donde esperaba yo desde hacía un buen tiempo-, no vi ningún vestido de novia flotando misteriosamente, llevado por el viento, como asegura Chiquito, quien al parecer (a su parecer) vio un destello de luz que bien pudo ser un vestido de novia llevado por el viento. Además, a diferencia mía y de Ramón, el jura que nunca vio si efectivamente había un cadáver -el de Zaralegui- dentro del coche mortuorio, tapado como estaba por su gran acoplado y de la carcaza Chrysler de Zaralegui.
        Por lo demás, no puedo dejar de demostrar la poca validez de Chiquito como testigo de la misteriosa historia del auto celeste que controlaba desde atrás la caravana hacia el cementerio; lo mismo ocurre en el caso de Delia (a quién noté algo extraviada al verme recibir el cadáver de Zaralegui, mi amigo). Respecto a Chiquito, por su oculto sentimiento hacia Delia y sus no muertas intenciones de festejarla; y sobre Delia, por la herida que le causó el fallecimiento de Zaralegui, su último novio.
        Sea como sea, me resulta inaceptable la historia que Delia contó antes de ser internada, la noche posterior al entierro, y que Chiquito, enamorado de la hermana de Ramón, aceptara ciegamente: que Zaralegui y un acompañante, viajaban en mi Dodge 1500 celeste sacudiendo, muy divertidos, un vestido de novia por la ventanilla.
        De las dos historias que le fueron mencionadas al Chiquito y que posteriormente comentó en un encuentro que mantuvimos junto a Silvia, cuando nos encontramos en la esquina de Lavalle y Junín la semana siguiente al entierro, tomé como cierta la que le refirió Ramón Siffoni. Varias causas condujeron a que tomara tal decisión. La primera: una amistad pasada con Ramón, en épocas de colegio secundario, que me permite atestiguar a favor de su falta de mal intención y, sobre todo, de ingenio. La segunda: su ubicación privilegiada en la hilera de la comitiva. No es menor un breve repaso de ese ordenamiento:
1. El gran camión con acoplado del Chiquito.
2. La carcaza del Chrysler de Zaralegui.
3. El cadáver de Zaralegui.
4. Delia Siffoni.
5. Ramón en su camión rojo.
6. El (misterioso) auto celeste.
        Existe un tercer motivo que se subordina enteramente a mi racionalización de todo el contexto, a mi entendimiento.
        La historia que Ramón le contó al Chiquito no vale más que en oposición al otro relato. En resumen, Ramón Siffoni dijo que detrás suyo sí iba un auto celeste y que éste lo seguía a la misma velocidad (y aparentemente con el mismo fin) que él a la carcaza Chrysler de Zaralegui, quién respetaba la marcha del Chiquito y su gran camión con acoplado; sobre el auto celeste nada agregó, tan sólo se limitó a negar la otra historia que también le contó al Chiquito -supe durante la charla en el café de Lavalle al 1700 que Ramón entremezcló muy seguido ambas historias y que sólo se refería a la suya para negar y denostar, no tibiamente, el relato paralelo; Chiquito tuvo la gracia de explicarnos a Silvia y a mí ambas historias por separado. Silvia, extrañamente compungida -sospecho que todavía shockeada por aquel accidente en mi despedida de soltero que pospuso nuestro casamiento-, se permitió dudar (tal vez como recurso emocional último) de la realidad y aceptó a medias la historia ilusoria e irrisoria del auto celeste. Que no haya estado presente en el entierro -cosa que consideré acertada dada su fragilidad- le permitió dejarse llevar por el énfasis con que Chiquito le relató ambas situaciones. Miento si digo que me sorprendió que el Chiquito demostrara que él creía, con más fe que evidencias, en la otra historia sobre el auto celeste en la tarde del entierro.
        Respecto a qué pasó ese día, puedo recordar que cuando vi acercarse la comitiva por la calle lateral externa que da a la puerta trasera del pabellón crematorio -donde esperaba yo desde hacía un buen tiempo-, no vi ningún vestido de novia flotando misteriosamente, llevado por el viento, como asegura Chiquito, quien al parecer (a su parecer) vio un destello de luz que bien pudo ser un vestido de novia llevado por el viento. Además, a diferencia mía y de Ramón, el jura que nunca vio si efectivamente había un cadáver -el de Zaralegui- dentro del coche mortuorio, tapado como estaba por su gran acoplado y de la carcaza Chrysler de Zaralegui.
        Por lo demás, no puedo dejar de demostrar la poca validez de Chiquito como testigo de la misteriosa historia del auto celeste que controlaba desde atrás la caravana hacia el cementerio; lo mismo ocurre en el caso de Delia (a quién noté algo extraviada al verme recibir el cadáver de Zaralegui, mi amigo). Respecto a Chiquito, por su oculto sentimiento hacia Delia y sus no muertas intenciones de festejarla; y sobre Delia, por la herida que le causó el fallecimiento de Zaralegui, su último novio.
        Sea como sea, me resulta inaceptable la historia que Delia contó antes de ser internada, la noche posterior al entierro, y que Chiquito, enamorado de la hermana de Ramón, aceptara ciegamente: que Zaralegui y un acompañante, viajaban en mi Dodge 1500 celeste sacudiendo, muy divertidos, un vestido de novia por la ventanilla.
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