miércoles, enero 19, 2005

Pensamientos acumulados al azar y organizados fortuitamente

        Muy seguido me pasa que me enjuicio en situaciones inútiles. Es más, últimamente me he estado castigando demasiado, incluso cuando el momento no requiere remordimiento alguno, ni muchos menos reflexiones absurdas y extremistas, siempre en el interior. Comprobé no sin resignación que todo esto es una gran farsa mía, porque en realidad no hago sino medirlas contra "la realidad" y contra mis propias posibilidades o virtudes: cada vez que me siento con culpa de algo, o triste, o abrumado, lo hago al contrapelo de todo lo que puedo hacer bien (o, mas egocéntrico aún, lo que hice bien) y de lo que los otros no hacen o hicieron o harán. No rehuso al dolor ni a mi propia reflexión, claro, sino que lo planteo -a veces concientemente- en términos equivocados. Es una condición mía, y creo que del hombre, equilibrar las culpas con los méritos, el dolor con la felicidad, asi como el sol deja de salir por las noches, o las lluvias paran.
        Pero no es esto lo que quiero decir y sobre lo que quiero indagar, porque no soy filósofo, aunque tampoco soy cobarde como tantos de esos profesionales del pensar: llevo la desventaja de no poder hilar mis pensamientos tan abstractamente, y el cuerpito de diferencia de animarme a mostrarme. En verdad (alguno de ustedes, sagaces, lo habrán ya notado) soy bastante cobarde, porque, ya lo saben, soy un personaje. Creado en la cobardía, me es imposible serlo aún más. Ya vieron que todas mis aptitutes son a su vez defectos y viceversa. Puertas adentro, no podemos negarlo, todos somos algo cobardes y también algo falsos: o bien nos negamos esa cobardía extramuros, o bien nos proponemos que sólo quede puertas adentro.
        Sin embargo, en temas de amor el asunto es deplorable. No quiero juzgar, porque yo mismo (ya lo dije) me evalúo en condiciones confusas y acomodadas. Pero quiero meter en el saco a los infieles, a los cómodos, a los frívolos, a los solitarios de pecho inflado. Creo que yo no entro en ninguno de esos, y no es algo para vanagloriarse: quizás esté en el peor grupo: los pensadores del amor. Otro día voy a hablar sobre esos, o sea sobre mí; pero antes quiero dedicarme a los otros, y que, obviamente, también soy yo porque soy "el otro" para esos cobardes.
        ¿Cómo puedo hablar de lo que les pasa a otros si jamás lo sabré? No lo sé. Como me pasa conmigo mismo, voy a mirarlos a contraluz de mis propios sentimientos. De todo lo estúpido que se me acuse ya me he resguardado de antemano, merced a este razonamiento y a la validación de mi imbecilidad y mis incapacidades. Sinceramente no comprendo los juegos del amor, los "la llamé el viernes, voy a esperar dos días", los "yo soy libre", y demás nulidades. Me veo adaptado a eso cotidianamente y me doy cuenta ahora en donde radica mi impotencia. Quiero ser breve, porque en verdad ya me aburro, no sólo ahora que lo escribo, sino a cada minuto que lo pienso y sufro: la rabia que siento ante la hegemonía de los que ponen al amor en un tablero, nace justamente de allí: como en muchos órdenes de la vida, las reglas las ponen los cobardes o los hijos de puta, separados solamente por un paso adelante de los últimos, o un paso atrás de los primeros. Como un romántico anacrónico, no sé si debo adelantarme o retroceder, y voy viendo ante mis ojos el desfilar de falsedad, de frivolidad y de podredumbre de aquellos que dicen conocerse muy bien y esos otros que dicen no conocerse tanto, y que van regando su amor timorato entres sus propios campos, que se siembran, como el capital, mientras otros mueren de hambre y de dolor.

2 Comments:

Blogger mat guillan said...

1. Nada de decirle bienvenido. Usted siempre está con nosotros AMIGO.
2. No quiero andar redundando en eso que charlamos siempre vía cartas y esos detalles "femeninos" que nos brindamos con frencuencia, y por eso no lo hago.
3. Por último un detalle: usted describió eso de poner el amor en el tablero, deduzco, para los más pensantes en estas situaciones, que este será uno de ajedrez. Pregunta: ¿Cuál es la pieza que se mueve para todas partes y sin importar distancias en este juego de estrategas?

Seh, todos lo sabíamos. Debemos conformarnos. Peones a los petisos, torres a los altos, alfiles a los que dibujan diagonales, caballos a los que no son demasiado despertos y reyes a los que creen que engañan a las reinas con sus tácticas.

7:59 p. m.  
Blogger Roger said...

Sí, amigo, el juego bien podría ser el ajedrez. Yo lo veo más como un Monopoly.

El tema del tablero bien se presta a confusiones, sobre todo a lectores atentos; sólo quise decir que juegan, tiran sus dados, hacen sus movidas, comen fichas, siguen algunas reglas indispensables y luego, como si no se tratase de otras vidas, sino de rivales o compañeros lúdicos, lo cierran, lo guardan, lo olvidan.

9:47 a. m.  

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