Puertas a mi intimidad
        Soy un tipo común frente a la intimidad. Soy común, como todos los que lo son, respecto a un grupo iguales a ellos; y muy distinto a otros, que también son iguales entre ellos, pese a que muchos crean lo contrario, tal vez presos de eso de que todos somos únicos, que confunden con inigualables u originales. No sé si soy común u original o lo que sea frente a como me surgen los sentimientos y a cómo vivo esas relaciones; tampoco me interesa ahora.
        En este momento en que medito lo que voy a escribir, sólo concibo dos tipos de intimidades, muchas veces separadas injustamente por la barrera de los géneros: la intimidad de los amigos y la intimidad de la pareja, la de la carne. Creo por varios motivos que ese límite es absurdo. Encontrar las dos, sí obviamente creo, sólo puede darse en conjunto con la mujer, en mi caso. Esto me sucedió una sóla vez en la vida y es algo que persigo a cada momento, a veces encontrando una, a veces la otra. En muchas de esas ocasiones, disfruto con la intimidad de mis amigos y en otras de la intimidad de la pareja sin plantearme dónde está la falta. Pero son las más cuándo descubro que no estoy completo si no se presentan juntas; son puentes de ida; ventanas a patios internos. Y esto no me pasa desde hace demasiado. Es claro y no puedo ocultarmelo: estoy buscando sin quererlo a esa mujer.
        Por supuesto que es un error estar buscando las dos intimidades, pero uno jamás responde enteramente por sus necesidades. Eso no quiere decir que al encontrar una, no pueda disfrutarla. Aunque con las mujeres ese punto es bastante oscuro. Busco en una mujer las dos caras complementarias y me veo en el obstaculo de franquear la segunda intimidad con el deseo de llegar a la primera, a la de la amistad, a la del llanto, la confesión, la alegría de estar juntos solamente. A veces creo que no alcanzo la primera por estar pensando en la segunda, y muchas otras creo que las mujeres niegan las dos por creer que solo estamos buscando la segunda. Por eso decía que los límites entre sexos son absurdos: se puede gozar del mejor cruce de los cuerpos, sin conocer siquiera que mano acaricia en ese instante en verdad el alma.
        Todo este embrollo de palabras, que me divierte, tiene un subtitulado más claro; pero no deja de ser una traducción, porque es imposible, lo sabemos, expresar la soledad y las ausencias con palabras. Por eso decirlo asi, primeras y segundas y faltas e intimidades, es igual a decir, llanamente, que de los pocos amigos que tengo, con muy pocos y en raras ocasiones encuentro el punto y la intensidad que los dos estamos deseando en la primera intimidad. (Qué bien lo leí esto en Anouk hoy, y qué mal lo estoy diciendo); y de las mujeres que no tengo, se lo que necesito, y, a falta de una intimidad siempre estará la otra, y en ese camino esquivo andaré sin saber que podré encontrar acaso una, acaso otra, hasta encontrar las dos, y mirarla a la cara, que será una sola y hermosa, y reirme y contarle de los fatigables puentes hechos de esperanza, de las esquinas en donde me paré creyendo haberlo encontrado, de las ventanas que escondian paredes de ladrillos. Y hablarle de ustedes, mis amigos, y de mucha otra gente que fue cambiando mi vida sin que ninguno de los dos, ni yo ni ellos, le diese la importancia que tiene una vida en otra, moldeandonos lentamente a cada paso.
        Ella ahora me está buscando, y teme no encontrarme, o hallar lo segundo solamente, desilusionada ante los hombres de ladrillos detrás de las ventanas.
        En este momento en que medito lo que voy a escribir, sólo concibo dos tipos de intimidades, muchas veces separadas injustamente por la barrera de los géneros: la intimidad de los amigos y la intimidad de la pareja, la de la carne. Creo por varios motivos que ese límite es absurdo. Encontrar las dos, sí obviamente creo, sólo puede darse en conjunto con la mujer, en mi caso. Esto me sucedió una sóla vez en la vida y es algo que persigo a cada momento, a veces encontrando una, a veces la otra. En muchas de esas ocasiones, disfruto con la intimidad de mis amigos y en otras de la intimidad de la pareja sin plantearme dónde está la falta. Pero son las más cuándo descubro que no estoy completo si no se presentan juntas; son puentes de ida; ventanas a patios internos. Y esto no me pasa desde hace demasiado. Es claro y no puedo ocultarmelo: estoy buscando sin quererlo a esa mujer.
        Por supuesto que es un error estar buscando las dos intimidades, pero uno jamás responde enteramente por sus necesidades. Eso no quiere decir que al encontrar una, no pueda disfrutarla. Aunque con las mujeres ese punto es bastante oscuro. Busco en una mujer las dos caras complementarias y me veo en el obstaculo de franquear la segunda intimidad con el deseo de llegar a la primera, a la de la amistad, a la del llanto, la confesión, la alegría de estar juntos solamente. A veces creo que no alcanzo la primera por estar pensando en la segunda, y muchas otras creo que las mujeres niegan las dos por creer que solo estamos buscando la segunda. Por eso decía que los límites entre sexos son absurdos: se puede gozar del mejor cruce de los cuerpos, sin conocer siquiera que mano acaricia en ese instante en verdad el alma.
        Todo este embrollo de palabras, que me divierte, tiene un subtitulado más claro; pero no deja de ser una traducción, porque es imposible, lo sabemos, expresar la soledad y las ausencias con palabras. Por eso decirlo asi, primeras y segundas y faltas e intimidades, es igual a decir, llanamente, que de los pocos amigos que tengo, con muy pocos y en raras ocasiones encuentro el punto y la intensidad que los dos estamos deseando en la primera intimidad. (Qué bien lo leí esto en Anouk hoy, y qué mal lo estoy diciendo); y de las mujeres que no tengo, se lo que necesito, y, a falta de una intimidad siempre estará la otra, y en ese camino esquivo andaré sin saber que podré encontrar acaso una, acaso otra, hasta encontrar las dos, y mirarla a la cara, que será una sola y hermosa, y reirme y contarle de los fatigables puentes hechos de esperanza, de las esquinas en donde me paré creyendo haberlo encontrado, de las ventanas que escondian paredes de ladrillos. Y hablarle de ustedes, mis amigos, y de mucha otra gente que fue cambiando mi vida sin que ninguno de los dos, ni yo ni ellos, le diese la importancia que tiene una vida en otra, moldeandonos lentamente a cada paso.
        Ella ahora me está buscando, y teme no encontrarme, o hallar lo segundo solamente, desilusionada ante los hombres de ladrillos detrás de las ventanas.
1 Comments:
Me ha encantado leer tu blog. Nunca hago ningun comentario, pero imagino que te gustará leer que es muy bonito lo que escribes.
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