viernes, enero 21, 2005

Un encuentro

        El otro post había terminado con el asunto de los hijos de puta, del hambre, del dolor y de los cobardes. Pensaba hacer un buen enganche a partir de esto, y de que, como cobarde e hijo de puta, cuando un nenito me pidió una moneda yo le dije "no tengo nada". Esto de la propiedad privada y la manera en cómo se consigue y se cuida, realmente supera mi capacidad socialista. Podría haberle dicho "tengo de todo pero no te voy a dar nada" o "si tenia una monedita de 10 centavos quizás te daba", pero acaso la costumbre y un poco de maldad me llevan a escupir la negativa. Es largo y aburrido el tema, asi que paso al siguiente.
        V., otros dos, ella y yo. Cinco personas a las que casi apenas conozco (incluído a mí mismo) nos juntamos a leernos poesía (no importa cuál, aunque los vanidosos harían un inventario, sobre todo si la lista es una mezcla entre consgrados y marginales) y a decirnos por qué nos gustó o por qué no y a decir cositas que todos dicen. V. es realmente un líder, uno que desafía la estética y la imagen tradicional del capitán de barco, del guasón de la barra o de la heroína cotidiana superdecidida entre un mundo de hombres devoradores. Lo supe desde el primer momento en que la vi, y siento el especial orgullo de que en verdad sea así, como si el mérito fuese mío. No voy a hablar de los otros dos.
        Ella no me miró, sólo me miraba para escucharme, a los ojos, directamente, tal vez sabiendo que yo la miré todo el año; hablaba poco o no sé si habló, pero quedé atrapado entre su voz, un poco grave, pero femenina, suave, pero decidida. Cuando hablaba o cuando se reía, la punta de la nariz se le caía un poco y se le achinaban los ojos. Tuve en mi cabeza una escena (cursi tal vez, lo admito)muy de Benedetti, de Bulrich, en donde ella me leía poesía como si fuese una cortina que se va corriendo alrededor mío hasta que hago un chiste y ella se ríe y yo le miro la naricita bajar, y la beso.
        No compartimos casi ninguna opinión y ningún gusto. Sólo el colectivo de vuelta, en dónde no supe qué decir porque supe que no debía decir nada más. Ella miraba por la ventana, pensando no quiero saber en quién y yo creyendome que me hacía el vivo, miraba algún cartel o una calle para poder seguirla con la mirada. Seguro se dio cuenta, aunque no le importa, también estoy seguro.
        Creo que ella es más inteligente y yo tan sólo más sentimental. Hoy hice una reflexión curiosa e inútil. Las letras nos juntaron: en la facultad por azar (los confianzudos reemplazarían azar por destino) y otra vez ayer en una casa mística de San Telmo; las palabras nos separaron, porque no se cruzaban, porque se cruzaban nada más que en la cabeza mía, pensando "no concuerda en nada conmigo". De todos modos, y quizás esto sea lo más triste o patético, hoy las letritas me dieron la posibilidad de acercarme a ella como nunca podré estarlo (esas son cosas que se sienten pasar por el corazon, y no lo siento, lamentablemente), estar uno junto al otro. Es ahora que narro telegrámica y arbitrariamente este encuentro en que puedo ordenar los hechos y particpantes y decir que nos juntamos V., otros dos... ella y yo.