jueves, abril 21, 2005

Padre e hijo

        Entonces, escuchando un vagido desde el comedor, Pablo entró despacito; primero espío y vio a su abuelo llorando. Se acercó, le pasó un brazo por la espalda, lo apretó un poquito contra su cuerpo (el abuelo se acurrucó también), sintiendo la lana del sueter en su piel y ese olor especial del que se impregna cuando la usan los viejitos, y le preguntó amistosamente por qué lloraba, mientras buscaba el abuelo un pañuelo dentro de sus mangas:

        - Es que me enteré que murió mi primera novia... recién hoy me lo dijeron... tres meses, yo algo intuía... tres.
        - Pero Bueno, Armando... eso fue -dijo como una chanza, sin poder dejar de pensar en su papá muerto ocho semanas atrás- hace más de setenta años...
        - Sí...setenta y tres -dijo, y siguió llorando el llanto de los viejitos, como si el aire le faltara e inhalara vida desde el recuerdo, en silencio.

        Se abrazaron tímidamente y lloraron de padre a hijo, como dos hombres.

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Este es uno de esos comentarios de viejos textos que uno pasa por alto en su blog. Sin embargo, no podía pensar en eso cuando leí tu texto. Es emocionante y me llegó. Gracias.

11:41 p. m.  

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