... y represión
A los muy pocos que me leen y a los menos que me comparten y sienten conmigo quiero pedirles el enorme esfuerzo de leer este texto infeliz y triste -algún día debo escribir sobre el gran abismo entre ambas palabras- como la continuación del anterior, es decir, que lean ambos; originalmente así estaban pensados, porque así viven en mí. Una decisión de economía de lectura pudo lo que mi cabeza y mi corazón, dispares y enrulados, acaso jamás podrán.
        No puedo precisar si parte de la angustia se debe al no poder decirla. Primero porque nada puedo decir realmente sobre ella, sobre su colchón confuso de hechos, vacíos y nostalgias; y segundo porque muchas veces al hablarla, la acreciento, mediante esos pedales imaginarios -a los que ya aludí en el texo anterior- por los cuales ella avanza a velocidad de bicicleta por sobre la normal del hombre, o sea la mía.
        Lo que sí sé es que la represión es una de las formas de ese engaño que es la angustia: separadas, maquinando juntas, empleada una, patrona la otra, no me importa. Sólo quiero que sepan que si hablo de la represión, hablo de la angustia y viceversa. Por eso mi pedido primero de lectura conjunta.
        ¿Debo callar? ¿Necesito callar? No puedo responder a eso desde el momento en que no quiero callar. Mi deseo febril como camiones que avanzan en el verano repletos de cemento y pedazos de baldosas, que cruzan avenidas colmados de peso y polvo, esa necesidad violenta que le responde a la represión interna -tal vez guíada por la angustia, a veces aconsejada por otros ¡pobres habitantes!- es exactamente eso, aunque parezca tautológico y estúpido: es una necesidad y una respuesta. Es posible que ambas sean las únicas salidas humanas que podamos vislumbrar en medio de la angustia, ante la represión de pensar en el otro (material de aquella ya tan nombrada), sentimiento tan humano. Y es que la angustia, ya lo dije, sea tal vez el único sentimiento demasiado humano.
        Reprimirse es para uno y para el otro. Es caridad. Pero es falso; y para quienes lo representado -los hombres que representan ser otro- es un síntoma de falsedad y por lo tanto de inhumanismo (incluso de inhumanidad) se ha tornado imposible ser solidarios a costa de nuestra propia herida. El angustiado es egoista como su angustia; el reprimido es represor de, ante todo, un sentimiento; de una forma de vida, después; es represor de un reprimido por cuenta propia, por último.
        Ya no me cabe duda entonces de que este laberinto de la angustia tiene los espejos de la represión en donde no vemos más que al otro, como si fuera una proyección de nuestro propio dolor que ese represor nos causa mostrando las imágenes del otro sufriendo, reprimido por nosotros y represivo con nosotros mismos, desbordados de culpa y de dolor, sinónimamente.
        Es un laberinto, sí, una cadena que forjamos con nuestro silencio pero que barnizamos con el dulce color de la solidaridad.
        No voy a callar mi angustia; voy a ser egoísta, como necesidad, como respuesta, no como martirio. Voy a causarle al mundo (es decir mis amigos, mi familia, mis desamores) el gran problema de enfrentarse conmigo, con mi angustia: voy a poner a todos, sin callarme, frente a ellos mismos. Y de antemano les digo perdón y de nada, por todo el dolor -a los que quieran y puedan sentirlo- y por toda la indescriptible grandeza que nos confiere el habernos levantado del cemento desecho de las estatuas, de los escombros de todos los camiones que transitan la ciudad desbocados. Indescriptible grandeza de las cosas pequeñas de la vida, como mi angustia y la suya.
        No puedo precisar si parte de la angustia se debe al no poder decirla. Primero porque nada puedo decir realmente sobre ella, sobre su colchón confuso de hechos, vacíos y nostalgias; y segundo porque muchas veces al hablarla, la acreciento, mediante esos pedales imaginarios -a los que ya aludí en el texo anterior- por los cuales ella avanza a velocidad de bicicleta por sobre la normal del hombre, o sea la mía.
        Lo que sí sé es que la represión es una de las formas de ese engaño que es la angustia: separadas, maquinando juntas, empleada una, patrona la otra, no me importa. Sólo quiero que sepan que si hablo de la represión, hablo de la angustia y viceversa. Por eso mi pedido primero de lectura conjunta.
        ¿Debo callar? ¿Necesito callar? No puedo responder a eso desde el momento en que no quiero callar. Mi deseo febril como camiones que avanzan en el verano repletos de cemento y pedazos de baldosas, que cruzan avenidas colmados de peso y polvo, esa necesidad violenta que le responde a la represión interna -tal vez guíada por la angustia, a veces aconsejada por otros ¡pobres habitantes!- es exactamente eso, aunque parezca tautológico y estúpido: es una necesidad y una respuesta. Es posible que ambas sean las únicas salidas humanas que podamos vislumbrar en medio de la angustia, ante la represión de pensar en el otro (material de aquella ya tan nombrada), sentimiento tan humano. Y es que la angustia, ya lo dije, sea tal vez el único sentimiento demasiado humano.
        Reprimirse es para uno y para el otro. Es caridad. Pero es falso; y para quienes lo representado -los hombres que representan ser otro- es un síntoma de falsedad y por lo tanto de inhumanismo (incluso de inhumanidad) se ha tornado imposible ser solidarios a costa de nuestra propia herida. El angustiado es egoista como su angustia; el reprimido es represor de, ante todo, un sentimiento; de una forma de vida, después; es represor de un reprimido por cuenta propia, por último.
        Ya no me cabe duda entonces de que este laberinto de la angustia tiene los espejos de la represión en donde no vemos más que al otro, como si fuera una proyección de nuestro propio dolor que ese represor nos causa mostrando las imágenes del otro sufriendo, reprimido por nosotros y represivo con nosotros mismos, desbordados de culpa y de dolor, sinónimamente.
        Es un laberinto, sí, una cadena que forjamos con nuestro silencio pero que barnizamos con el dulce color de la solidaridad.
        No voy a callar mi angustia; voy a ser egoísta, como necesidad, como respuesta, no como martirio. Voy a causarle al mundo (es decir mis amigos, mi familia, mis desamores) el gran problema de enfrentarse conmigo, con mi angustia: voy a poner a todos, sin callarme, frente a ellos mismos. Y de antemano les digo perdón y de nada, por todo el dolor -a los que quieran y puedan sentirlo- y por toda la indescriptible grandeza que nos confiere el habernos levantado del cemento desecho de las estatuas, de los escombros de todos los camiones que transitan la ciudad desbocados. Indescriptible grandeza de las cosas pequeñas de la vida, como mi angustia y la suya.
1 Comments:
Yo te hago caso.
No hay que reprimir nada, salvo el deseo de mandar a la hoguera a los corruptos y a los que hacen que este país esté como esté.
¿Casi nada no?
No calles que te envenenas por dentro.
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