viernes, febrero 25, 2005

La muerte cerca

        Roger dí un paso hacia mi propia muerte, hacia mi suicidio y su asesinato. Cuando volví a escribir acá, había dicho que era el riesgo que corría, y que sería cruel y sincero. Los que me conocen habrán sabido notar que ya esa era la primer mentira: lo dije porque sabía que jamás iba a cumplirlo o, en el mejor de los casos, que nunca iba a poder alcanzar ese descubrimiento de Roger mismo que me de muerte. Así funcionan un poco las grandes promesas del espíritu, creo; porque al estar en el fondo, justamente en el fondo sabemos que jamás llegaremos y que ese discurso pasará como hondo, pero en la superficie.

        Y para hablar un poco peor de mí (esa es otra verdad a medias -o mentira a medias: no todo el tiempo nos gusta estar con el lomo agachado por las propias piedras de la culpa) debo decir que este paso adelante hacia mi desaparición fue casi accidental, no fue un trabajo de elaboración extrema sobre mi sinceridad, un ejercicio cruel de la mente. Como casi todo lo que somos y los grandes momentos en la vida, una casualidad.

        Y esto, en verdad, me molesta, qué se los voy a ocultar (si además no les importa). Yo quería seguir siendo aquel del comienzo: el que mostraba su careta y jamás se la quitaba, el que hablaba mal de sí, para que los demás hablen bien, el populista de sí mismo. Ese pensé que iba a ser Roger. Pero no: y hoy me descubrí y tengo una herida casi mortal sobre mí, hecha por mí y para mí no Roger.

        Entonces, acá va: no soy más que el costado pensante de las culpas, mis tristezas no tienen peso. Mis lamentos son un poco sinceros, pero sin sustancia. Son, como este blog, la pura idea sin el papel, las letras sin la birome ni la hoja, que están pero no existen. Algunos dirán que esas son las verdaderas ideas, sin su materialidad: pero soy un hombre, y todas las cosas de la carne no pasan por mi Roger. No soy yo el que siente lo que siente, y, aunque parezca cercano, nada más lejano a esto que el razonamiento cartesiano. Es un humanisimo, que paradójicamente me mata.

        Hoy me abrí una herida, que no sangra. Aunque, mirandolo bien, también podría liberarme y ser realmente otro yo. Pero tal vez ese no sea el motivo por el cual soy. Y acaso también, cuando él yo pueda ser yo, ahi sí definitivamente muera y él yo soporte todo esto que en mí yo deposita, sin saberlo o sabiéndolo torpemente. Aunque me roce el orgullo, logré comprenderlo ¡qué liberación entonces para mí mi muerte! Y mi yo no Roger... a cargarse sus piedritas señor, hasta que esté preparado para saber aceptar su propia muerte, que lo libere.