Paula a la hora de dormir
Paula a la hora de dormir
La noche toda, Paula.
Mis medias de lana por el suelo,
los placares contentos, mi cara de amargado
sobre el amargo dulzor de la saliva que se traga y piensa,
esa saliva que no haces tuya, dulce, dulce
en ésta, esta invertida noche
donde te siento al borde de mi cama y de mi pecho.
Que se borren tus ojos de mis nocturnos muros.
¡No! No me veas así.
Quita tus ojos de muñeca de tu techo y date el sueño.
Dejá de recordarme, Paula, y dame el sueño,
dejame con el sueño sin vos,
las plazas sin vos,
Benedetti sin vos,
diarios sin vos,
sin vos esta noche toda, al menos.
Ya quiero pensar alado y rebelde en las baldosas y en los jefes,
en el amor, ese misterio que se asoma,
pensar difuntos y problemas hasta darme risa,
desbordarme de hombre y de absurdo y solo.
Llegará prontamente el sueño y las conquistas,
mis trenes -donde se arroja abajo gente que no muere
y se levanta-,
las piezas en donde soy yo hasta ser pequeño
y no reconocerme,
los números de teléfono, la codicia culpable
y algunas extrañas palabras sueltas que me asaltan
y no descifro.
Ya esta noche toda va dándose vuelta:
no extraño más que al sueño y a mi mismo;
mudo empleos, talentos, al oro y a los pobres;
cambio mi nariz, mis musculos;
contraigo y mezclo al universo entero
-que reduzco a desamor, a trabajo y a la acción del sueño-
mientras las paredes cambian, cambian de horizonte,
abrumadas de encierro ennegrecidas.
El cielo de mi habitación, muy solitario, es un techo y un piso
donde patas para arriba, sola, sola y dormida,
Paula, sobre las luces ultimas del pensamiento
se arrima y se recuesta tu telón negro acariciado
y yo me duermo.
Y ella se arrima y se recuesta
con él en la lugubre muralla.
        Mario Benedetti, "Verde y sin Paula"
La noche toda, Paula.
Mis medias de lana por el suelo,
los placares contentos, mi cara de amargado
sobre el amargo dulzor de la saliva que se traga y piensa,
esa saliva que no haces tuya, dulce, dulce
en ésta, esta invertida noche
donde te siento al borde de mi cama y de mi pecho.
Que se borren tus ojos de mis nocturnos muros.
¡No! No me veas así.
Quita tus ojos de muñeca de tu techo y date el sueño.
Dejá de recordarme, Paula, y dame el sueño,
dejame con el sueño sin vos,
las plazas sin vos,
Benedetti sin vos,
diarios sin vos,
sin vos esta noche toda, al menos.
Ya quiero pensar alado y rebelde en las baldosas y en los jefes,
en el amor, ese misterio que se asoma,
pensar difuntos y problemas hasta darme risa,
desbordarme de hombre y de absurdo y solo.
Llegará prontamente el sueño y las conquistas,
mis trenes -donde se arroja abajo gente que no muere
y se levanta-,
las piezas en donde soy yo hasta ser pequeño
y no reconocerme,
los números de teléfono, la codicia culpable
y algunas extrañas palabras sueltas que me asaltan
y no descifro.
Ya esta noche toda va dándose vuelta:
no extraño más que al sueño y a mi mismo;
mudo empleos, talentos, al oro y a los pobres;
cambio mi nariz, mis musculos;
contraigo y mezclo al universo entero
-que reduzco a desamor, a trabajo y a la acción del sueño-
mientras las paredes cambian, cambian de horizonte,
abrumadas de encierro ennegrecidas.
El cielo de mi habitación, muy solitario, es un techo y un piso
donde patas para arriba, sola, sola y dormida,
Paula, sobre las luces ultimas del pensamiento
se arrima y se recuesta tu telón negro acariciado
y yo me duermo.
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home