sábado, enero 21, 2006

Fascismo cotidiano.

        No es indispensable ninguna forma de control directa sobre nosotros. Sorprendentemente, nos hemos entregado a la vigilancia. Entonces, en formas ocultas y chocantes para cualquier demagogia o izquierdismo básico y de grupo, al compartamiento más cotidiano teñimos de fascismo.
        No conformes, enfermos de paranaioa, vemos fachos en todas las esquinas y en cualquier discurso, de los cuales nos alejamos para no ver los cuerpos nuestros desnudos y expuestos ante el dedo acusador, que ya mata lentamente, entrando como el gas (que no se ve, pero le han puesto olor para que lo reconozcamos con al menos uno de nuestros sentidos) en la incertidumbre de los días que pasan. Sin embargo, es igualmente letal y más absurdo, trabajando desde la no-identificación, desde el no ver, desde la ausencia de espejos. Podemos sindicar muy fácilmente a los que llevan bigote o brazalete, mucho mejor si ya nosotros nos confundimos con las cabezas peladas.
        Toda política represiva de gobiernos y mercados, a fin de cuentas, se ha vuelto comedia y en plano corto. El verdadero drama -no lo descubro- está en nuestra voluntaria colaboración: en nuestra intervención diaria (ese fascismo que explota en hombres y mujeres en los boliches, en el consumo, en el diálogo, en la interpretación de los sueños) que asimiló por completo las formas más mudas del fascismo, al que hay que taparlo con gritos, sexo y palabreríos como éste.
        Mientras, posteo en estos lugares para ponerme frente a todos, mostrándome, inviertiendo el espacio del diario privado. Por suerte para mí, resuena como murmullo que sólo es literatura, sagrado recinto expiatorio donde todo cae y nada queda. Un espejo escrito por donde veo mi yo, invertido, y dónde él lee inversamente estas palabras con las que quiero señalar y que me marcan la cara.

domingo, enero 15, 2006

Y empiezo a decir.

        Indiscutiblemente parado sobre la decisión de ser quien me pienso. Una actitud ante mí mismo, en la cual el que representa es el mismo que juzga. Una comunión semejante es potencial, peligrosa y conflictiva, aunque de ineludible honestidad para conmigo. Y es esta sinceridad la que me opone e impone ante tanta miseria y falsedad. No participa en mí otra intención que la de ahondar en lo humano y en lo mío, es decir, de conocer al otro.
        Un dilema remanido -pisado incluso con igual frágil memoria e idéntica fuerza otras veces sin más suerte que la de haber sobrevivido (continuado)- del que ya no es posible escapar más allá del poeta, del hijo, del hermano, del amigo.

        ¿Qué lugares, qué rincones quedarán para el arte, obligado entonces por mí a no representar o, mejor todavía, a representar al pie de la letra? Con cierto orgullo espero y siento que no hay otro camino posible (y "moralmente" respetable) que me lleve a escribir, fuera de los sueños y las alucinaciones amatorias o terroríficas.

        Entonces, cuando todavía soy yo, quiero pedirles perdón: por ya no ser, por ser y por haber sido. Incluso (seamos por última vez conciliatorios) me disculpo por las horrendas verdades que nos pueda decir y, sobre todo, por las que calle, cobarde de mí para variar.

P.D. de Guido: esta voluntad de sincerismo (sic.) puede mutar hacia el chusmerío o degenerar en innecesaria polémica; quiero decir, una falta de tacto social irrisoria propia de Roger.

viernes, enero 13, 2006

Retiro.

        Con gestos de horror y asombro y con cara de competencia, miraron -para luego interrogarme e intentar convencerme- cuando les dije "ya no escribo". En falso entusiasmo erudito y artístico, vería sus bocas entreabiertas y vacías si yo, más sagaz y menos sincero, dijese que muero, que ya no estoy viviendo. Si encuentran palabras para esa ausencia imposible y dolorsa, justificarán con su talento, pasión y sensibilidad del mundo y la vida, mi retiro de la letra necesaria. Mientras tanto, estoy muriendo como todos los que conozco.