jueves, enero 27, 2005

Ofensa al rechazo

        Hoy fue para mí un día de rechazos. Negaciones a pequeñas cosas, a las famosas cosas de todos los días. No vale la pena enumerarlas, o decir que entre ellas está la de ella. No es el punto.

        ¿Por qué tengo el humor de tomar todos los rechazos como ofensas? ¿Por qué, por más que sepa las causas reales, los móviles justos del No, no puedo evitar sentirme pocamente herido? A diferencia de lo que todos dicen, creo que íntimamente sabemos que lo que ya tenemos es el Sí, no el No. Si tuvieramos el No como respuesta previa, jamás haríamos esos pasos necesarios. Pero tenemos el Sí, tristemente tenemos el Sí, y él frente al No experimenta una brecha en su orgullo, una falta de respeto a su condición de poder.

        Pero fríamente, advierto que lo que me molesta no está en el otro, no voy con mis armas frente al que dijo "No", sino que siento esas palabras como si por mí hubiesen sido pronunciadas. Es como decirse No a uno mismo, a uno que es el Sí, el constante Sí de vivir y de actuar; pero que luce su máscara en el otro. Sería mucho más fácil enojarme de lleno con ese otro, pero, además de ya haberlo hecho, es una cobardía y una ceguera que es preciso superar a cada momento; y a cada momento es todos los días, en todas las pequeñas negaciones que golpean al ego, de lo que estupidamente disfrutan algunos. Es muy tentador caer tanto en la canasta de los que le ponen otra cara al blanco de sus dardos, como en la bolsa de los que cuelgan el blanco sobre su pecho, esperando los impactos punteagudos, casi con morbo.

        Yo, no menos imbécilmente, reconozco que aún siento las negativas, muchas veces, como ofensas. Como ya dije, no puedo evitarlo: uno no siempre hace lo que quiere.

martes, enero 25, 2005

Perdidas y ganancias

        Me está dando cuenta que desde que prometí exprimirme a Roger, ha perdido mucha de esa capacidad lírica que me solía caracterizar y muchas veces hasta estúpidamente enorgullecer. Mis oraciones son frases inconexas, no planeadas, sin vuelo literario, ni enseñanzas morales, a veces con desfasajes verbales y de personalidad, en donde se pierdo y me reencuentra.
        Estoy muy feliz con esto. Roger estoy pensando, se estoy sacando las máscaras o en todo caso probandose otras que me gustan más y que lucimos confundiéndonos otro con uno. Son otras necesidades, distintas de las que Roger tuve en otro tiempo. Está buscandome, estoy encontrandolo. Y en el medio pierdo y gana. Para ustedes no hay más que hacer su saldo también y decidir si les gustaba más el otro Roger que fui o el que intenta ser. Tal vez allí descubran que ya no son los mismos, tal vez sean son dos, o tres, debatiéndose y jugando.

Puertas a mi intimidad

        Soy un tipo común frente a la intimidad. Soy común, como todos los que lo son, respecto a un grupo iguales a ellos; y muy distinto a otros, que también son iguales entre ellos, pese a que muchos crean lo contrario, tal vez presos de eso de que todos somos únicos, que confunden con inigualables u originales. No sé si soy común u original o lo que sea frente a como me surgen los sentimientos y a cómo vivo esas relaciones; tampoco me interesa ahora.

        En este momento en que medito lo que voy a escribir, sólo concibo dos tipos de intimidades, muchas veces separadas injustamente por la barrera de los géneros: la intimidad de los amigos y la intimidad de la pareja, la de la carne. Creo por varios motivos que ese límite es absurdo. Encontrar las dos, sí obviamente creo, sólo puede darse en conjunto con la mujer, en mi caso. Esto me sucedió una sóla vez en la vida y es algo que persigo a cada momento, a veces encontrando una, a veces la otra. En muchas de esas ocasiones, disfruto con la intimidad de mis amigos y en otras de la intimidad de la pareja sin plantearme dónde está la falta. Pero son las más cuándo descubro que no estoy completo si no se presentan juntas; son puentes de ida; ventanas a patios internos. Y esto no me pasa desde hace demasiado. Es claro y no puedo ocultarmelo: estoy buscando sin quererlo a esa mujer.

        Por supuesto que es un error estar buscando las dos intimidades, pero uno jamás responde enteramente por sus necesidades. Eso no quiere decir que al encontrar una, no pueda disfrutarla. Aunque con las mujeres ese punto es bastante oscuro. Busco en una mujer las dos caras complementarias y me veo en el obstaculo de franquear la segunda intimidad con el deseo de llegar a la primera, a la de la amistad, a la del llanto, la confesión, la alegría de estar juntos solamente. A veces creo que no alcanzo la primera por estar pensando en la segunda, y muchas otras creo que las mujeres niegan las dos por creer que solo estamos buscando la segunda. Por eso decía que los límites entre sexos son absurdos: se puede gozar del mejor cruce de los cuerpos, sin conocer siquiera que mano acaricia en ese instante en verdad el alma.

        Todo este embrollo de palabras, que me divierte, tiene un subtitulado más claro; pero no deja de ser una traducción, porque es imposible, lo sabemos, expresar la soledad y las ausencias con palabras. Por eso decirlo asi, primeras y segundas y faltas e intimidades, es igual a decir, llanamente, que de los pocos amigos que tengo, con muy pocos y en raras ocasiones encuentro el punto y la intensidad que los dos estamos deseando en la primera intimidad. (Qué bien lo leí esto en Anouk hoy, y qué mal lo estoy diciendo); y de las mujeres que no tengo, se lo que necesito, y, a falta de una intimidad siempre estará la otra, y en ese camino esquivo andaré sin saber que podré encontrar acaso una, acaso otra, hasta encontrar las dos, y mirarla a la cara, que será una sola y hermosa, y reirme y contarle de los fatigables puentes hechos de esperanza, de las esquinas en donde me paré creyendo haberlo encontrado, de las ventanas que escondian paredes de ladrillos. Y hablarle de ustedes, mis amigos, y de mucha otra gente que fue cambiando mi vida sin que ninguno de los dos, ni yo ni ellos, le diese la importancia que tiene una vida en otra, moldeandonos lentamente a cada paso.

        Ella ahora me está buscando, y teme no encontrarme, o hallar lo segundo solamente, desilusionada ante los hombres de ladrillos detrás de las ventanas.

viernes, enero 21, 2005

Un encuentro

        El otro post había terminado con el asunto de los hijos de puta, del hambre, del dolor y de los cobardes. Pensaba hacer un buen enganche a partir de esto, y de que, como cobarde e hijo de puta, cuando un nenito me pidió una moneda yo le dije "no tengo nada". Esto de la propiedad privada y la manera en cómo se consigue y se cuida, realmente supera mi capacidad socialista. Podría haberle dicho "tengo de todo pero no te voy a dar nada" o "si tenia una monedita de 10 centavos quizás te daba", pero acaso la costumbre y un poco de maldad me llevan a escupir la negativa. Es largo y aburrido el tema, asi que paso al siguiente.
        V., otros dos, ella y yo. Cinco personas a las que casi apenas conozco (incluído a mí mismo) nos juntamos a leernos poesía (no importa cuál, aunque los vanidosos harían un inventario, sobre todo si la lista es una mezcla entre consgrados y marginales) y a decirnos por qué nos gustó o por qué no y a decir cositas que todos dicen. V. es realmente un líder, uno que desafía la estética y la imagen tradicional del capitán de barco, del guasón de la barra o de la heroína cotidiana superdecidida entre un mundo de hombres devoradores. Lo supe desde el primer momento en que la vi, y siento el especial orgullo de que en verdad sea así, como si el mérito fuese mío. No voy a hablar de los otros dos.
        Ella no me miró, sólo me miraba para escucharme, a los ojos, directamente, tal vez sabiendo que yo la miré todo el año; hablaba poco o no sé si habló, pero quedé atrapado entre su voz, un poco grave, pero femenina, suave, pero decidida. Cuando hablaba o cuando se reía, la punta de la nariz se le caía un poco y se le achinaban los ojos. Tuve en mi cabeza una escena (cursi tal vez, lo admito)muy de Benedetti, de Bulrich, en donde ella me leía poesía como si fuese una cortina que se va corriendo alrededor mío hasta que hago un chiste y ella se ríe y yo le miro la naricita bajar, y la beso.
        No compartimos casi ninguna opinión y ningún gusto. Sólo el colectivo de vuelta, en dónde no supe qué decir porque supe que no debía decir nada más. Ella miraba por la ventana, pensando no quiero saber en quién y yo creyendome que me hacía el vivo, miraba algún cartel o una calle para poder seguirla con la mirada. Seguro se dio cuenta, aunque no le importa, también estoy seguro.
        Creo que ella es más inteligente y yo tan sólo más sentimental. Hoy hice una reflexión curiosa e inútil. Las letras nos juntaron: en la facultad por azar (los confianzudos reemplazarían azar por destino) y otra vez ayer en una casa mística de San Telmo; las palabras nos separaron, porque no se cruzaban, porque se cruzaban nada más que en la cabeza mía, pensando "no concuerda en nada conmigo". De todos modos, y quizás esto sea lo más triste o patético, hoy las letritas me dieron la posibilidad de acercarme a ella como nunca podré estarlo (esas son cosas que se sienten pasar por el corazon, y no lo siento, lamentablemente), estar uno junto al otro. Es ahora que narro telegrámica y arbitrariamente este encuentro en que puedo ordenar los hechos y particpantes y decir que nos juntamos V., otros dos... ella y yo.

miércoles, enero 19, 2005

Pensamientos acumulados al azar y organizados fortuitamente

        Muy seguido me pasa que me enjuicio en situaciones inútiles. Es más, últimamente me he estado castigando demasiado, incluso cuando el momento no requiere remordimiento alguno, ni muchos menos reflexiones absurdas y extremistas, siempre en el interior. Comprobé no sin resignación que todo esto es una gran farsa mía, porque en realidad no hago sino medirlas contra "la realidad" y contra mis propias posibilidades o virtudes: cada vez que me siento con culpa de algo, o triste, o abrumado, lo hago al contrapelo de todo lo que puedo hacer bien (o, mas egocéntrico aún, lo que hice bien) y de lo que los otros no hacen o hicieron o harán. No rehuso al dolor ni a mi propia reflexión, claro, sino que lo planteo -a veces concientemente- en términos equivocados. Es una condición mía, y creo que del hombre, equilibrar las culpas con los méritos, el dolor con la felicidad, asi como el sol deja de salir por las noches, o las lluvias paran.
        Pero no es esto lo que quiero decir y sobre lo que quiero indagar, porque no soy filósofo, aunque tampoco soy cobarde como tantos de esos profesionales del pensar: llevo la desventaja de no poder hilar mis pensamientos tan abstractamente, y el cuerpito de diferencia de animarme a mostrarme. En verdad (alguno de ustedes, sagaces, lo habrán ya notado) soy bastante cobarde, porque, ya lo saben, soy un personaje. Creado en la cobardía, me es imposible serlo aún más. Ya vieron que todas mis aptitutes son a su vez defectos y viceversa. Puertas adentro, no podemos negarlo, todos somos algo cobardes y también algo falsos: o bien nos negamos esa cobardía extramuros, o bien nos proponemos que sólo quede puertas adentro.
        Sin embargo, en temas de amor el asunto es deplorable. No quiero juzgar, porque yo mismo (ya lo dije) me evalúo en condiciones confusas y acomodadas. Pero quiero meter en el saco a los infieles, a los cómodos, a los frívolos, a los solitarios de pecho inflado. Creo que yo no entro en ninguno de esos, y no es algo para vanagloriarse: quizás esté en el peor grupo: los pensadores del amor. Otro día voy a hablar sobre esos, o sea sobre mí; pero antes quiero dedicarme a los otros, y que, obviamente, también soy yo porque soy "el otro" para esos cobardes.
        ¿Cómo puedo hablar de lo que les pasa a otros si jamás lo sabré? No lo sé. Como me pasa conmigo mismo, voy a mirarlos a contraluz de mis propios sentimientos. De todo lo estúpido que se me acuse ya me he resguardado de antemano, merced a este razonamiento y a la validación de mi imbecilidad y mis incapacidades. Sinceramente no comprendo los juegos del amor, los "la llamé el viernes, voy a esperar dos días", los "yo soy libre", y demás nulidades. Me veo adaptado a eso cotidianamente y me doy cuenta ahora en donde radica mi impotencia. Quiero ser breve, porque en verdad ya me aburro, no sólo ahora que lo escribo, sino a cada minuto que lo pienso y sufro: la rabia que siento ante la hegemonía de los que ponen al amor en un tablero, nace justamente de allí: como en muchos órdenes de la vida, las reglas las ponen los cobardes o los hijos de puta, separados solamente por un paso adelante de los últimos, o un paso atrás de los primeros. Como un romántico anacrónico, no sé si debo adelantarme o retroceder, y voy viendo ante mis ojos el desfilar de falsedad, de frivolidad y de podredumbre de aquellos que dicen conocerse muy bien y esos otros que dicen no conocerse tanto, y que van regando su amor timorato entres sus propios campos, que se siembran, como el capital, mientras otros mueren de hambre y de dolor.

lunes, enero 17, 2005

Vuelvo hasta algún final

        Vuelvo a mi blog, a postear. Ahora mismo seré, sin duda, para ustedes, el mismo: Roger. Pero para mí, soy otro Roger. El verdadero Roger, el personaje. Soy el personaje que creé para ocultarme, mientras me muestro ante todos. Y como lo hice para ocultarme y para mostrarme, voy a llevar al extremo a este lindo yo y voy a explotarlo: voy a desentrañar a Roger hasta que reviente, quizás hasta que muera, como una vez Mujica Murano, El Escribidor y yo, Roger W., lo hicimos con Pedro Navaja. Lo matamos. Sí, lo asesinamos creo que un bar y con un pedazo de vidrio o un puñal, eso no lo recuerdo y tampoco importa. Me interesa por qué le dimos muerte, cuando nosotros le habíamos dado vida: justamente por eso: se nos había ido de las manos esa vida, no podíamos dominarla, nos ocultamos en él mostrándonos en él y ya no podíamos volver atrás, o sea, seguir adelante. Más o menos así, ocurre con el bueno de Roger, porque más o menos así sucede con cada uno de nosotros.
        Este será el blog más sincero. El del personaje más sincero, con todo lo de verdad y lo de mentira que él tenga. Si va a mentir, lo hará hasta que se le infle la panza y se le estire aún más la nariz; si va a decir la verdad, quedará seco de lágrimas, como ya saben que puede quedar mis amigos Escribidor y Kai. Respecto a Anouk, gran Anouk de las noches y las mañanas y los sueños y las mentiras, sólo quiero mencionarla con la justicia que se merece y que, por dominó, me ajusticia este blog. Voy a mentir y a decir la verdad, a desenpolvar los rincones sucios de las entrañas de Roger y de todos los que se me ocurran -sobre todo de mi- con el libertinaje que se me antoje, porque, como dijo La Kaplan, es un derecho que nadie va a quitarme. Y aún si no fuera un derecho, es un deseo y una necesidad.
        No porque sea sincero será yo-Roger el más sincero y el hombre más limpio, sino todo lo contrario: estaré repleto de mierda y de romanticismo, de soledad y de ironía, de maldad, de abrazos necesarios; todo en la medida que mi naturaleza doble de personaje lo requiera. Eso sí, siempre iré hasta el punto más alto o el más bajo, a riesgo de que Roger -y acaso ustedes- se pierda vanamente entre las terrazas, solitario, o muera condenado en su propio sótano.
        Si muere, querido Sueco Murano, te habré por fin entendido; si vive, habré o bien sobrevivido a mí mismo, o bien seguramente fracasado. De todas formas, el buen burgués que somos le restará importancia. Para Roger, o sea yo, todo esto tiene el lugar que se merece, ni más, ni menos.