sábado, marzo 25, 2006

Gualeguaychú: Representaciones (IV)

        Tuve la certeza (inútil, por definición) de que el éxito con las mujeres estaba dado allí por la representación. Éxito del cual sabía -en mi interior, con un poco con envidia -su miseria; pero sin embargo, en el terreno de las actuaciones y las puestas en escena, de los teatros y la arena, ese éxito lo era todo, y además era envolvente, circular y asfixiante como la playa o las tetas, sin bordes de donde agarrarse para pararse y gritar.
        Allí o se representaba o se moría, confiriéndole a las cosas un aire de trasendencia que una frase lanzada con la liviandad de los que no saben ejercer su libertad (y que lanzan a cada rato, esclavos de sí mismos) pone en evidencia, como ya dije que sucede, paroxisticamente: "lo que pasa en Gualeguaychú, muere en Gualeguaychú".

        El éxito era lo efímero, lo demasiado breve para casi medirlo: era dolorosamente eterno. Empecé a convencerme de que jamás podría olvidar a una mujer con la que sólo cogiese. También que ella me olvidaría inmediatamente, actriz incipiente.
        Ninguna de esas trivialidades me llevó al razonamiento siguiente; acaso toda esta revuelta de ideas que quizás se fueron gestando en la ruta, camino de vuelta, son la triste y patética explicación de mi nostalgia e impotencia: las mujeres querían la representación, la facilidad de lo esperado, la sorpresa fingida y la sonrisa de foto, irónicamente también duradera en el instante.

        El mercado había hecho erupción y carne. eramos publicidad de nosotros mismos, mercaderia; eramos espectáculos en horario de ocio, actuando en la vida. Nada de todo eso debía desbordar esa ciudad suspendida por la magia y por los cortes, que importaban nada, en medio de todo. No había que negociar, sino participar, pues otra vez la clave del éxito (o la felicidad, pongamos) era el necesario desconocimiento.
        Algo de esto debe haberse notado en mi cara, siempre sola mirando el techo de la carpa.

sábado, marzo 11, 2006

Gualeguaychú: Representaciones (III)

        La playa del centro, del camping-campante, tenía curiosamente forma de anfiteatro. El escenario semicircular era de arena; los actores, nosotros: cada uno creyendo que no representaba, interpretando bailanchines, labiadores, tapas de revista, amargados que reflexionaban tomando nota. (Siempre admití que lo patético no era la actuación, sino su desconocimiento, asimilado como natural: aún lo mas corriente -por ejemplo, escribir como se habla, Voyeur- es una verdadera e ingeniosa ficción).

        De lejos, en el río, un bote de excursión navegaba viejitos. Venían de otra playa y quizás de otro tiempo, y miraban asombrados, como turistas de lo contemporaneo y lo ajeno. Se me ocurrió tomarlos como historiadores, para divertirme. Pensé en Anouk: hubiese querido preguntarle si aquello que veían los espectadores acuáticos a distancia sería para ella comedia o drama, tan de Chaplin como de insoluble. Sacaron fotos y algunos saludamos, más por hacer una gracia que por reverencia a nuestro público.

        Los más ingenuos, como chicos-chicos (el niño es el único actor que no necesita público, recordaba Jan Mukarovsky), ni se enteraron de ese momento capital de mi vida, tan insignificante. Cuando el crucerito los sacó de nuestra sala, nadie supo si se fueron charlando o recordando cuando tenían la carne firme: nos dieron muerte.

        Seguimos viviendo hasta la hora de irse a bañar y partir rumbo al carnaval, borrachos, casi.

viernes, marzo 03, 2006

Gualeguaychú: Representaciones (II)

        Con ese estado de exitación mezcla de asco y nostalgia, desde afuera miraba cómo una comparsera era centro de un corro, de un grupete. Bailaba de fiesta y excitaba. Se aplaudía, se codiciaba, y también se envidiaba.
        Finalmente, por azar o por cansancio, dejó de ser el centro geográfico y de atracción; se fue, orgullosa de ser única y primera por un momento y en un ínfimo lugar de la tierra, es decir: eternamente.
        Debido a la repetición y la representación, el ser humano -siguiendo a Camus y a Ortega y Gasset, para no robarles- es continuamente sustituciones. Entonces llegaron los hombres saltando y reboleando las remeras a ocupar ese vacío de pezones y caderas, cuyo blanco de baldosas amenazaba dispersar el baile espontáneo en el epicentro del carnaval callejero.
        No me extrañó que fuera asi (y participé contra mi voluntad), pensado inversamente: en cada congregación de hombres, incluso de uno solo consigo mismo, una mujer llega para ocupar espacios y desbaratar usos y costumbres (quién haya perdido frecuencia con un amigo por estas mágicas razones, no puede sino reflexionar en disculparse).
        Hay algo menos etéreo que social en la contemplación escenográfica y totalitaria de las mujeres (quizás tan machista como económico y físico -sólo basta hojear los clasificados u ojear una revista- pero sin embargo tristemente secundario y que algunas mujeres bailadoras de su ego están dispuestas a representar) que otra vez ese sí-lugar de nuestro tiempo la representó en toda su realidad, quitandole algo de su encanto invisible.